El otro día me preguntaba aquí en voz alta qué era eso del Bricolaje. Hoy toca escribir sobre los ‘bricoleros’, bricoladores o como la peña quiera llamarles, que en eso, la Real Academia de la Lengua se da la prisa habitual, o sea, ninguna, y todavía no ha puesto nombre a los esforzados aficionados al destornillador y restantes artilugios.
¿Qué hace falta para ser un bricolero de pro? Por aquí me apuntan que los bricoleros suelen ser ‘culos inquietos‘ de esos que no pueden quedarse parados cuando aparece la menor oportunidad de colgar un cuadro, reparar un tapizado viejo o tapar el desconchón producido por el bricolero precedente. Nada que objetarles, pues pertenecen a esa porción de la especie que funciona como remolcadores de todo y a los que se debe, de vez en cuando, el invento de un ingenioso abrebotellas o el secreto de la fórmula de la bouillabaisse comme il faut. Mi respeto y mi admiración hacia ellos.
Luego están -como dice nuestro colega Santiago- los ‘voluntariosos‘, de los que hay que huir como de la peste porque después de ofrecerse -sin habérselo pedido- a colgarte el cuadro, lo colocarán torcido o boca abajo o, aún peor, el agujero que han producido para colgarlo te permitirá divisar Vladivostok en las noches claras. Mi maldición caiga sobre ellos.
Por último están los ‘manitas‘, que merecen una definición más detenida.
Estos afortunados sujetos no siempre participan de las categorías de ‘voluntarioso’ ni ‘culo inquieto’. Conocen muy bien los peligros de que el vecindario acabe enterándose de sus habilidades y procuran pasar desapercibidos antes de perecer asfixiados por las consultas y peticiones de ayuda que les sobrevendrían desde todas direcciones. Simplemente, vienen dotados a este mundo de una especial capacidad para adivinar, a la primera, que el martillo se agarra por la madera y no por el hierro, que conocen la diferencia entre tornillo y clavo sin mirar en la Wikipedia y que arreglan un enchufe sin electrocutarse ni tardar nueve semanas y media como algunos voluntariosos que conozco. Suelen ser aceptables dibujantes, porque la capacidad de tratar los materiales suele necesitar de una suficiente percepción espacial. Algunos de ellos, aunque reservados, saben sacar partido a sus habilidades y aprovechan su conocimiento de, por ejemplo, fontanería, para ir a arreglarles el desagüe a las amigas y, ya puestos, ya que estan allí, a desatascarles otro tipo de tubería, que ya me los conozco.
¡Ja ja ja! ¡Muy bueno! Yo en realidad pienso que hay tantos bricoleros diferentes como tipos de personas. En todas las familias hay el típico ‘cuñao’ (como en fotografía), que aprovecha la excusa de invitarte a su casa a comer o a cenar para enseñarte su última creación y explicarte paso a paso cómo llegó a ella.
En cualquier caso, como acabamos de empezar septiembre, voy a ver si en el kiosko hay algún coleccionable post-vacacional de fontanería para empezar a introducirme en tal legendaria estrategia de seducción.
Juas!! A pesar de mis flojos superpoderes bricoleros trato de pasar desapercibido por eso que comentas, para que no me enmarronen. Supongo que mi otra faceta de «amigo informatico» me ha escarmentado bastante, aunque recaiga alguna vez.
Calla calla… Yo no le digo a nadie a qué me dedico, y a mi hija la tenía aleccionada por si le preguntaban en el cole. Si me preguntan, se lo digo en inglés, o les digo que es demasiado complicado para explicar.