Nos ha llegado el testimonio en primera persona del Escándalo «Maristas» de la mano de Carles Salvadó. Desde CHB queremos dar a conocer su testimonio de abusos de todo tipo y dar nuestro apoyo a todos los afectados que durante años han silenciado estos actos.
Finalmente, a raíz de los escabrosos hechos que se han hecho públicos en los últimos días, y después de meditarlo varias veces, me he decidido a relatar mi experiencia vivida bajo el ambiente opresivo, violento e hipócrita que se respiraba durante los oscuros años que pasé en el Colegio de los Maristas de Sants, donde ingresé en 1975.
Durante 8 años, hasta 1983, aprendí unos cuantos de los «valores maristas» de los que tanto hablan estos días alguno de sus defensores más sectarios. Afortunadamente no fueron muchos los sufridos en mis propias carnes, parcialmente protegidas por mi carácter discreto y unos resultados académicos generalmente buenos. Pero alguno hubo. Recuerdo con especial tristeza la traca de 6 bestiales bofetadas, a mano abierta, alternando mejillas derecha e izquierda, y contadas en voz alta ante toda la clase, que me propinó un tal R. B. cuando vio que en el interior de mi pupitre guardaba 6 bocadillos del almuerzo que no me había comido. Iba a 2° y todavía no había cumplido los 8 años.
Igual de doloroso es recordar los maltratos físicos y psicológicos aplicados sobre mis compañeros: Castigar a un niño cara a la pared con los pies metidos en la papelera del aula (sutil manera de llamarle mierda a un niño por parte de un profesor que no recuerdo quién era); el Sr. V. anunciando de repente a los 40 niños de la clase de 3° que los Reyes Magos son los padres, cuando los juguetes recibidos días antes olían aún plástico recién abierto; las «sesiones matinales de terror», cortesía del Sr. C., a quien, entre otras animaladas, vimos apalizando a bofetones y puñetazos en la espalda (sí, sí, puñetazos que resonaban en la aterrorizada aula) a un compañero que simplemente no sabía responder correctamente preguntas sobre la lección anterior; el individuo B., todo un cani avant-la-lettre, «professor» de Educación Física, especialista en someter a entrenamientos paramilitares al alumnado cuando estaba de mal humor (es decir, casi siempre) o en ridiculizar ante el resto a los menos dotados físicamente hasta que acababan llorando; o el F., toda una autoridad mundial en el arte de propinar coscorrones, por la espalda y a traición, o en lanzar desde su mesa la estúpida varita de madera con la que estaban armados algunos de estos malhechores y con la que reforzaban su imagen de implacable autoridad. Varita que incluso bautizaban con nombres idiotas como Negrita o Palosanto; y otros castigos, de tipo estándar y seguramente definidos en el manual de procedimientos del centro, como la humillación de recoger X papeles en el patio y meterlos en las sucias papeleras, o el de copiar X cientos de veces una determinada frase… Habría para escribir un libro.
La gravedad de estos actos por sí solos es anecdótica si la comparamos con la de las agresiones sexuales que estamos conociendo desde hace dos semanas, pero creo que vale la pena remarcar que ese ambiente de violencia cotidiana, de miedo, de tensión psicológica y temor reverencial, es el ecosistema perfecto para que individuos como A.F. o F.M. desarrollen su escabroso arte de manipulación, sugestión y, finalmente, agresión. Lobos disfrazados de cordero, supuestos oasis de humanidad en aquel árido desierto, escasa memorabilia positiva de muchos niños que los tuvieron como tutores y que ahora han visto dolorosamente reducida a pútridos añicos.
El miedo hace callar. Y el silencio es, sin duda, el «valor marista» capital. Incluso hoy mismo cualquiera puede comprobar su imborrable presencia: la web oficial de los Maristas no hace ni una sóla mención, en ningún sentido, de los graves delitos que estamos conociendo; cualquiera puede leer a los defensores de los «valores maristas» volcando feroces críticas contra El Periódico, medio que bajo su criterio, está ejerciendo de inquisidor, cuando lo único que está haciendo es servir de plataforma para que unas víctimas de delitos terribles puedan denunciar y exorcizar, pública y literalmente, los demonios que les han estado persiguiendo durante años o décadas; cualquiera puede sentir vergüenza ajena escuchando a algunos defensores a ultranza de los «valores maristas», con «hijos ingenieros», manifestando que la familia del chico que destapó todo esto «no son nadie»; y lo más grave, cualquiera ha podido leer que la dirección de los Maristas se negó a facilitar información a los Mossos sobre el denunciado H° F., inexplicablemente hasta hoy subdirector del centro.
El silencio, el «¡callad!», es siempre el denominador común. Antes, ahora y siempre.
Afortunadamente, en mi caso, no cursé el epílogo del BUP en les Corts. Otras personas y entidades me aportaron los verdaderos valores que hacen madurar a una persona de una manera más o menos íntegra. Si hoy no soy una persona mejor en muchos sentidos, estoy plenamente convencido de que parte de la culpa la tiene mi via crucis de la EGB marista.
Soy partidario de difundir, por todos los medios que tengamos a nuestro alcance, la cruda realidad vivida durante aquel calvario. No es una cuestión de «desprestigiar» a la congregación, como algunos defensores esgrimirán, sino de sumir ese «prestigio» en las oscuras catacumbas que le corresponden. Y de describir con pelos y señales los «métodos pedagógicos» empleados históricamente para difundir el «ideario marista» y que, reitero, fueron el caldo de cultivo perfecto para llevar a cabo las monstruosidades que estamos conociendo en los últimos días. Métodos que hoy en día conllevarían sin duda penas de prisión.
No valen excusas, como que «eran otros tiempos», el franquismo, etc, etc. Mucha de la violencia física y psicológica sufrida por muchos alumnos tuvo lugar hasta bien entrados los años 90. Y muchos de los casos de abusos sexuales denunciados estos días sucedieron en fechas aún más recientes.
Por último, quiero manifestar mi apoyo y desearle lo mejor a la familia del chico agredido por el tal B. Su valentía ha servido además para destapar, tal y como desgraciadamente pronostiqué desde el primer minuto en que esto salió a la luz, toda una serie de horrorosos casos, obra de individuos que espero sean castigados por la justicia, aunque sea la social.
Carles Salvadó.
Muy valiente aportación, Carles. Ojalá nadie pudiese quedar impune de sus actos… sobretodo cuando las víctimas son niños indefensos. Sin entrar en demagogia sí que me gustaria añadir que la historia de la Iglesia Católica habla por sí misma, imponer su evangelización a través de la violencia es un hecho tan presente en los libros de historia como indiscutible.
Sobre los abusos sexuales a menores, a uno le viene a la memoria cierto pasaje del antiguo testamento, Mateo 5:38-48 “Ojo por ojo…”. Bravo por tu sinceridad y valentía, Carles.
No hay cosa que me cause más repulsión y asco que el que un adulto abuse de un niño, no sólo aprovechándose de su superioridad por el hecho de ser adulto, sino por usar su rango de «autoridad» que se supone tienen profesores y educadores. Es profundamente deleznable y no habría que pasar por alto ningún caso, por leve que pudiera parecer. Muchas gracias por tu aportación Carles, y por ayudar a abrir los ojos.
Gracias Carles por contar tu historia y tu verdad.
Muy buen artículo Carles. Yo también empecé 1º de EGB en los Maristas de Sants en 1975, por lo tanto fuimos compañeros de promoción aunque no me acuerdo de tí. De todos modos no me estraña, toda mi vida adulta he intentado olvidar los años pasados en esa terrible institución. Os dejo el enlace a otro excelente artículo sobre el tema. Es muy curioso leer tambien los comentarios porqué somos varios exalumnos que no nos conocemos entre nosotros pero que tenemos exactamente el mismo recuerdo de dolor y sufrimiento causado por los Maristas:
http://aaixala.blogspot.com.es/2016/02/la-meva-experiencia-maristes-sants.html
Valiente exposición de todos los hechos. Acabemos con este tipo de delitos ya. Y la única manera es denunciarlo. Un saludo.